Ese fantasma tan temido: la ortografía
La ortografía, un problema complicado. Y esta es otra de las recurrentes temáticas que aparecen en una conversación cuando la gente se entera de que soy profesora de Lenguaje y Literatura.
Las versiones y los planteos son muchos y dependen de con quién hable. Pero, con el tiempo, he logrado clasificarlos en dos tipos: quienes ufanamente y con orgullo afirman que no tienen ni tuvieron problemas mayores con la ortografía y aquellos que lo consideran un verdadero caos desde sus inicios en el colegio.
Nadie se escapa a estas dos posturas: alumnos, padres, colegas, profesionales, escritores, médicos… todos, de alguna manera, enuncian su relación personal con el fantasma ortográfico.
Y confieso que me ubico en el segundo grupo. Un miedo atroz se apodera de mí cada vez que me siento a escribir o, como gajes de mi oficio, a corregir textos. Desde chica me apasionaron las letras, las palabras, los relatos. Tengo la impresión de haber escrito desde el mismo momento en que aprendí el abecedario. Una palabra nueva era el inicio de un mundo sin fin que solo podía terminar con el punto final de una historia. Sin embargo, el fantasma silencioso de la ortografía me acompañó y me acechó siempre.
Tuve que aprender a la fuerza. Si quería graduarme de profesora, tenía (y tengo) que dominar la correcta escritura.
Dejaré de lado los comentarios del primer grupo, si te encuentras en mi bando sabrás que lo único que consiguen esos privilegiados es generar una fuerte envidia. Digan lo que digan, defiendan su postura como la defiendan, no aportan un átomo de ayuda a los pobres indefensos ortográficos. Entre ellos y nosotros, una grieta insalvable. Vale como ejemplo el recontra dicho argumento acerca de que quienes leen no tienen faltas ortográficas. Mentira, yo leí y leo desde muy chica, me dedico a eso y no hubo libro que me transmitiera por ósmosis la correcta escritura de las palabras.
Acá, entonces, te comparto mi experiencia como una pobre víctima de la normativa castellana. ¿cómo hice y cómo hago para evitar los errores cuando escribo?
1) En primer lugar, tuve que tomar consciencia del valor de la ortografía para los demás. Me guste o no me guste, si aparecen errores, mis escritos no valen. Así como te lo digo: para el lector tiene más importancia una letra mal colocada que un argumento interesante o un relato divertido. La falta de ortografía es la piedra o la montaña con la que se tropiezan los lectores. Y no hay forma de que la salteen. Sí, es cierto, te han explicado que una letra cambia el significado, pero no somos tan ingenuos como para no reconstruir una idea a pesar de la falta. Si quiero que valoren mi escrito, no debe haber faltas. No discutamos si la tilde es o no importante, la tilde es importante porque el lector levantará la cabeza y dirá que ahí hay un problema.
2) Una vez que tuve consciencia de lo importante que es la ortografía para los demás y para que se valoraran mis palabras, inicié un trabajito de hormiga. Fue agotador: revisaba física y mentalmente cada palabra que se me atravesaba. Literal, si en medio de conversación una luz roja interna me avisaba que no sabía cómo se escribía una palabra, detenía el mundo para encontrar la respuesta correcta. Actualmente contamos con los celulares (¡Qué maravilla!) y basta con teclearla para tener la respuesta. Cuando comencé con este ejercicio no existía tanta tecnología, solía guardar en un bolsillo un diccionario y me escondía para buscar su definición y su ortografía.
3) Localizada la palabra y su forma correcta, el paso siguiente es preguntarse por qué se escribe así. Y sí, gran susto: aparecen las reglas ortográficas que nos enseñan (y que enseño) en el colegio, pero ahora, con la palabra en la mano, tienen sentido. La regla me ayuda a entender un poco más el motivo de esa letra tan escurridiza, de esa tilde tan fastidiosa.
4) Tengo la palabra, tengo la regla, la entiendo y busco otros vocablos que respondan a la misma normativa. Empiezo a tejer una red de significados ortográficos para que no se encienda la luz roja con palabras similares en próximas oportunidades.
5) No voy a colocar acá el paso de la memorización porque, te aseguro, que si hiciste los puntos anteriores no hará falta.
6) Ya un poco más ducha con las reglas y sus extensiones, me planteé en varias ocasiones el desafío de resolver ejercicios ortográficos. Vuelvo a la diferencia generacional, los hacía escritos en libros impresos, los hacía con lápiz para poder borrar si me equivocaba. Hoy existen infinidad de páginas en internet que cumplen con el mismo objetivo. Aunque parezca cuento, la práctica consciente a partir de un desafío personal, refuerza y afianza todo lo aprendido.
Una última reflexión en presente: amo el corrector de la computadora, lo considero mi amigo inseparable, es un diálogo íntimo que establezco con él cada vez que me sugiere un cambio en el texto. No me señala con el dedo, no invalida mis argumentos, simplemente me propone con colores los posibles errores. Y aplico el mismo principio que comenté más arriba. Busco la palabra, me pregunto cuál es la regla que aplica, le hago un guiño cómplice y decido yo si le doy el sí al cambio.