Nos adentramos en este Blog con un tema que no solo se refiere al ámbito educativo, sino al ámbito social en general.
Seguro que muchos de nosotros, a la hora de preguntar cualquier cosa, esperamos en la otra persona una respuesta firme, inmediata y si puede ser, sin que se piense demasiado. La intranquilidad que nos genera el silencio en la comunicación, es aterradora. ¿Qué se nos pasa por la cabeza cuando alguien piensa en contestar a nuestra pregunta durante más de tres segundos?, ¿y durante más de 5? Doy cuatro respuestas que seguro son las más comunes y con las que estaréis de acuerdo conmigo:
- Es posible que no me haya escuchado.
- Seguro que estaba pensando en otra cosa.
- Hoy no es su día.
- Que "empanado" está.
En la sociedad en la que vivimos, no tenemos ni un segundo para pensar en una respuesta de manera racional o para la reflexión, pues es más importante la rapidez de la contestación que la respuesta en sí, más valioso el cuánto que el qué.
¿Y qué ocurre cuando estamos frente a un niño que tarda en contestar?. Seguramente lo consideremos un niño lento en sus respuestas (visto como algo negativo), introvertido, o en el peor de los casos, con problemas de asimilación y pocas capacidades para la comunicación.
Exigimos a los educandos una respuesta firme, rápida (casi espontánea), pero a la vez correcta y adecuada a cada situación. Aquel que consiga este gran reto paradójico, tiene el "aprobado", seguro.