Tradicionalmente, la educación se ha enfocado desde un punto de vista racional. Goleman, en una de sus obras en las que hablaba de inteligencia emocional, exponía que poseemos dos mentes, una emocional y otra racional. La primera gestiona los sentimientos mientras que la segunda se ocupa de procesos lógicos, de razonamientos.
Empieza a dar clases particulares
Todo esto se ve acentuado cuando hablamos de disciplinas de la rama científica. Pocos educadores de la década de los noventa o anteriores opinaron que la inteligencia emocional tiene un puesto bastante importante en el desarrollo del aprendizaje, al igual que lo tiene la inteligencia racional.
Varios autores, a partir de mediados de la década de los ochenta empezaron a relanzar la valoración de la dimensión afectiva en el conocimiento. Algunos de ellos fueron Mandler, en 1984; Hart, en 1989 o algunos más tardíos como Gómez Chacón en 1998.
Y es que no fue a partir de este movimiento cuando se empezó a investigar la importancia del dominio afectivo en la educación por su relación con la capacidad del autoconocimiento, la causalidad sobre el éxito o el fracaso, la capacidad de perseverar, controlar ciertos impulsos, el miedo a muchos ámbitos académicos, perder el interés en ciertos temas…
La actitud del alumno hacia las matemáticas
Recuperando la línea de los posibles fallos de un sistema educativo que quizá está excesivamente centrado en la inteligencia racional, un pilar fundamental es la actitud del alumnado.
La actitud se define como una predisposición que evalúa, positiva o negativamente, objetos y situaciones que se relacionan con el individuo. Se puede desglosar en tres tipos: cognitiva, que se basa en creencias del individuo; afectiva, en la que participan sentimientos hacia lo que está siendo evaluado e intencional, que es guiada por una tendencia a algún comportamiento.
Centrándonos en el ámbito que nos compete, la actitud del alumno hacia las clases de matemáticas, cuenta con un gran número de investigaciones, como Aiken, en 1970 o Callejo en 1994. La actitud ante la materia se suele distinguir en dos grupos:
- En primer lugar, tendríamos la actitud hacia las Matemáticas, la cual engloba la valoración de la asignatura, el interés hacia la misma y su aprendizaje. Dentro de este tipo de actitud resalta mucho más la inteligencia emocional sobre la cognitiva.
- Por otro lado, se describen las actitudes matemáticas, que tienen naturaleza cognitiva. Algunos ámbitos contemplados por esta actitud son la capacidad de pensar abiertamente, la objetividad, mente crítica.
Todo esto nos hace pensar que, pese a la corriente tradicional de pensamiento en la enseñanza de las Matemáticas, la inteligencia emocional es muy importante en el proceso de enseñanza de esta materia en concreto.
Este terreno es relativamente nuevo, pero cuenta con un gran número de investigaciones. En ellas se trataba de evaluar el papel de las actitudes, el sexo, la familia o el profesorado en las emociones del alumnado. Algunas de ellas son las realizadas por Schoenfeld en el 1992 o por Gómez Chacón en el 2000.
La inteligencia emocional en la enseñanza de matemáticas
En estas investigaciones se determinó que los aspectos más importantes de la docencia en la faceta emocional del alumnado son: El impacto de cómo se aprenden las Matemáticas, el establecimiento del contexto personal y las estrategias heurísticas.
Recuperando a Gómez Chacón otra vez, establece que la relación entre emociones y rendimiento es de algún modo cíclica. En primer lugar, tendríamos la experiencia del alumnado al aprender Matemáticas. Este proceso construirá una serie de creencias en el individuo, que tienen impacto en el comportamiento cuando se realiza el proceso de aprendizaje.
En lo que se refiere al sexo, en etapas anteriores a los 12 años no se ha encontrado ninguna diferencia en este ámbito. Parece que a partir de la adolescencia se crea algún tipo de diferencia, pero se relaciona con la actitud intencional, debido a que se ha comprobado que, si se tienen bajo control factores de afecto y motivación, estas diferencias son nulas.
En otra mano, se tiene que las variables que más influyen en este proceso son las diferencias debidas al profesorado y las estrategias empleadas. El rendimiento del alumno parece tener un papel importante también.
Aiken y Jonson mostraron en 1976 una correlación entre la actitud entre el alumno y el profesor, correlación que no se había detectado previamente. En el informe Crockoft también se señaló que este suceso se acentúa en alumnos más inteligentes y capacitados.
Chamoso detectó en una investigación realizada en torno al 1997 que lo que rendían alumnos tras recibir clases magistrales era inferior al rendimiento conseguido tras aplicar algunos procedimientos más participativos. Además, también se detectó una mejor actitud tras aplicar estos últimos.
En cuanto a estudios que investigan la opinión hacia las matemáticas a lo largo de toda la docencia, no se tiene demasiado registro. Fennema encontró en 1978 que la actitud con respecto a la materia al avanzar la edad se vuelve desfavorable. Pero esta tendencia no es única en la asignatura de Matemáticas, sino que es una tendencia generalizada.
Estudios realizados por Fernández en 1986 encuentran que la reducción de actitudes favorables se manifiesta sobre todo en la adolescencia, en torno a los 11 años, cuando ciertas opiniones sobre el estudio debido a sucesos en la primaria y en general están fuertemente polarizadas.